Bicentenario, justicia social y libertades

En medio de un muy buen clima social se han vivido las jornadas del Bicentenario, con una sociedad lanzada a las calles, con el júbilo de reasumir la identidad nacional en una fecha vivida como símbolo, nuestro 25 de mayo. Es bueno que los historiadores nos hagan notar que aquello que nacía no era propiamente lo que es hoy Argentina; o que la independencia era apenas incipiente en 1810. Pero ello no quita el valor de poner una fecha como hito, como síntesis del proceso histórico. Un país no nace con fecha precisa, sino que es fruto de un largo proceso; por ello, la fecha propuesta siempre es un tanto arbitraria, pero vale en la medida en que se la tome como síntesis del itinerario histórico de fundación de la República que -con largo y conflictivo derrotero- hiciera cúspide con la Constitución de 1853.

Esa fecha -hace dos siglos- implicó el inicio de nuestra construcción como Estado republicano. La República nos alejó de la monarquía y de la dependencia hacia España; no pudo, sin embargo, protegernos del dominio geopolítico que por entonces ejercía Inglaterra, ni sirvió por sí sola para que gauchos, indios, negros y pobres de toda laya, dejaran de ser los condenados en su tierra.

Fue un gran paso asumirnos como Estado independiente, y hacerlo en términos republicanos. La República garantiza la igualdad jurídica de los ciudadanos, y busca poner la soberanía en manos del pueblo. En ese sentido, tiene un sesgo democrático importante.

Importante, pero imperfecto. La igualdad jurídica no garantiza la justicia económica, la distribución social de los bienes. Por ello la república conservadora, que tuviera en Juárez Celman a su portador más típico, cayó finalmente ante el asedio popular que significó la Revolución del Parque en la última década del siglo XIX.

Así, las clases medias entraban, con el radicalismo, en la vida política argentina, desplazando a las elites situadas en el poder. Con Yrigoyen llegaría el denominado sufragio universal (que, sin embargo, excluía a las mujeres, las que comenzaron a votar sólo a partir del peronismo). Lo republicano alcanzaba mayor presencia, aunque lo igualitario estaba aún lejos de realizarse, como se hizo notorio en las revueltas de la Patagonia o de la Semana Trágica.

Desde 1945 la cuestión de la igualdad social alcanzó mayor peso y configuró la política social del peronismo, si bien implicó a la vez una tensión con la tradición republicana, lo que llevó a un enfrentamiento entre peronismo y radicalismo que expone las dos caras principales del drama nacional.

Justicia y libertad, dos valores preciados, que están en mutua tensión en cualquier sistema político. Por cierto que un hecho reciente nos resultó aleccionador en este sentido.

Si nos ponemos por fuera del ruido mediático actual -que poco ayuda a entender- veremos que el caso del permiso logrado para que el gobierno cubano permitiera a la médica Hilda Molina venir a la Argentina, es muy elocuente en esta dinámica entre libertad y justicia.

Aunque nadie lo destaque, la venida de Hilda Molina implicó una tarea de alta diplomacia internacional por parte del actual gobierno argentino. El régimen cubano no quería que abandonara ese país y Argentina logró la autorización, tras larguísimas y silenciosas negociaciones.

El socialismo es el sistema político que más realiza la igualdad social, la justicia distributiva. En Cuba, ello significa educación y salud gratuitas para todos, como no se da en ningún otro país latinoamericano.

Sin embargo, no está permitido salir de Cuba a quien lo desee. Las libertades públicas tienen limitaciones, lo que no era la idea de Marx como fundador del socialismo.

El gobierno argentino tiene un especial lugar en el plano ideológico que le permite ser amigo de Cuba y a la vez pedirle mayor apertura de libertades. Por un lado fija una posición de amistad comprometida con los gobiernos populares de la región: Ecuador, Bolivia, Venezuela, Brasil, etc., e incluso la misma Cuba. Ello se demostró cuando la reunión que enterró al ALCA inventado por EE.UU. y que se hiciera en Mar del Plata, con la presencia del -por entonces- primer ministro Fidel Castro. Si Argentina no fuera un gobierno amigo de Cuba (si nuestro país hubiera tenido alguno de sus gobiernos anteriores), Hilda Molina no estaría aquí.

Pero a la vez, en Argentina las libertades públicas se dan con plenitud. No se reprime las manifestaciones sociales y hay plena libertad para que quien quiera critique -y a veces ataque- a las autoridades elegidas. En este punto Argentina se diferenció de las posiciones del gobierno cubano, y reclamó la libertad de Hilda Molina para que se instalara en Argentina.

Para este Bicentenario estamos en un delicado equilibrio -lejos aún de ser pleno, por cierto- de atención a justicia y libertad. Ojalá, más allá de cualquier circunstancia actual, sigamos profundizando en el mismo, ése que hoy ha permitido un delicado sendero para nuestra diplomacia internacional. Si volviéramos, como algunas veces, a sostener la República pero sin incluir también la igualdad, es decir, a justificar por resultados electorales la apelación a ajustes económicos antipopulares, la alegría social desaparecería bruscamente. Y en vez de fin de semana largo con festejos y turismo, tendríamos cortes de rutas y calles en reclamo masivo contra los poderes económicos y políticos establecidos.

Escrito por: Roberto Follari
Fotografía:

Fuente: Jornadaonline

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