DE MOMOS, REINAS Y ARQUITECTURAS SOCIALES FESTIVAS...

Hace unos días observaba cómo las fiestas de Carnaval poseen una arquitectura social predominantemente horizontal, en donde la gente festeja y se abraza entre sí sin la necesidad de girar en torno a representaciones simbólicas de poderes monárquicos. En el Carnaval, el Rey Momo no es un monarca en serio: es un hombre gordito y simpático que representa a un dios griego de la burla y la locura, famoso por divertir a los dioses del Olimpo y por criticar agudamente el orden establecido. Momo simboliza justamente la sublevación del pueblo frente a ese orden establecido, no la sumisión a él. Es por eso que durante el Carnaval los sujetos se festejan a sí mismos en tanto parte de un pueblo vital. Bailan entre ellos, se sonríen entre ellos, se miran entre ellos, se tocan entre ellos, porque el objeto de la celebración consiste en celebrarse a ellos mismos, a sus casi desnudos cuerpos, a sus pulsiones, a la alegría de vivir por sí misma, una alegría que no necesita la mediación del mercado para hacerle de pulmotor anímico.


Al cambiar de canal y ver los festejos de la Vendimia, el inmediato contraste entre ambas celebraciones me dejó asombrado, porque el abismo simbólico que existe entre ambas manifestaciones culturales es llamativo.

La fiesta mendocina, utilizando como pretexto celebrar al vendimiador (“dile guapo al tonto y lo verás trabajar” dice un viejo refrán patronal) en realidad es el vehiculo de un festejo que tiene por objeto algo muy diferente al del Carnaval: mientras en uno se celebra el pueblo a sí mismo, en la fiesta de la Vendimia el objeto es la celebración de una actividad económica y racional, simbólicamente saturada de majestades y actividades que ponen en escena tanto a familias tradicionales como a poderosos actores del mercado del vino. Es decir que más allá de la primera lectura que se haga de su discurso, la Fiesta de la Vendimia es un un festejo de las actividades económicas de las clases más prósperas y poderosas que se benefician del trabajo usualmente muy mal pago que llevan adelante los vendimiadores, esos que trabajan por unas miserables fichas al crudo rayo de la tierra del buen sol.

Este diferente objeto de festejo se traduce inmediatamente en algo así como un lenguaje social de los cuerpos y los vínculos cuando observamos atentamente lo que sucede en las calles. A diferencia de la arquitectura social predominantemente horizontal que posee el Carnaval, aquí esa arquitectura modifica su diseño virando a uno predominantemente vertical: los sujetos en la fiesta de la Vendimia no interactúan entre sí, sino que pivotean en torno a un eje constituido por majestades de utilería. Esas majestades, a diferencia del Rey Momo, encarnan al orden establecido, no a la rebelión contra él. Los sujetos no abandonan su condición de individuos aislados entre sí, a pesar de estar apretujados unos con otros. Allí permanecen casi sin hablarse, sin manifestar la alegría del encuentro mutuo, pisándose unos a otros, ignorándose y compitiendo por el lugar más cercano a la contemplación de ese poder jerárquico. Muchos inducirán a sus pequeñas hijas a cultivar la fantasía de algún día ocupar El Trono, ese poder de aire medieval que llega en carrozas arrastradas por caballos a motor del siglo 21, que de ser obtenido posibilitará un seguro y tangible asenso social. Para completar el cuadro, cuando esos sujetos logran traspasar las murallas y los cocodrilos que los separan de los carros, teatralizan el triste papel de un pueblo súbdito muerto de hambre que corre tras la corte rogando que se les arroje algunas sobras de comida. Esa gente no se mira entre si, no se toca entre sí, no festeja el erotismo y la vida entre sí como en el Carnaval: por el contrario, goza con los cuerpos asexuados y negados de las monarcas. En síntesis, si se pudiera sacar justo allí una radiografía social, podríamos ver que los sujetos tienen incrustadas hasta en los huesos un puñado de prácticas específicas propias de la Vendimia y diferenciales a las del Carnaval.

Por otra parte, se aprecia cómo esas prácticas coinciden asombrosamente con aquellas que resultan indispensables para tener éxito en el mundo de los negocios derivados de la uva: competencia, racionalidad, individualismo, cálculo y control de las pasiones sexuales. Resuenan en mi mente las palabras de Toni Negri cuando dice “el sistema necesita moldear sujetos a la medida de sus necesidades”. Es que el diseño de esta fiesta jamás va a dejar de tener el acento de clase que siempre ha tratado de disimular a toda costa, por lo tanto está plagada de actos fallidos que denuncian involuntariamente a las manos de manicura que históricamente le moldearon un diseño que -necesaria e inevitablemente- indujo una determinada arquitectura social en torno a la fiesta.

Esta es una celebración a la que el día que se le haga una autopsia antropológica denunciará que murió a consecuencia de un ataque de Síndrome de Estocolmo, es decir, de identificación con el propio verdugo.

Por: Héctor Castagnolo/ Sociólogo
Imagen fuente: Rey momo url

2 Comentar:

hace cuánto no leia algo tan interesante y tan bien escrito?!! felicitaciones!

la fiesta ya no es una fiesta para los mendicinos, es una fiesta europeizante. Todo es en vista de los turistas, que los turistas no vean esto que los turistas no vean lo otro, y los mendocinos que? hay una letra de gieco que dice "y en los parques nacionales, parecieran extranjeros, porque ahi somos forasteros los nativos y locales"

somos turistas en nuestra provincia giles jaja

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