Una escuela contracultural

Comunicación/Sociedad

En 2004, la televisión inglesa emitió un reality show llamado that'll teach them, que consistía en el ingreso de un grupo de jóvenes de 14 a 16 años a una escuela internada, que respondía a los formatos de principios del siglo XX.

El desafío consistía en probar la tolerancia de los jóvenes a reglamentos estrictos, sanciones duras, disciplina férrea, castigos, exigencias en la vestimenta, la prolijidad, el cuidado de los útiles, entre otras restricciones. Lo interesante fue que los jóvenes lo toleraron muy bien y eso generó un encendido debate social entre padres y maestros.

Los primeros pedían que la escuela volviera a ser más parecida a la del programa para "disciplinar" a los chicos y jóvenes; los profesores pedían que los padres fueran más parecidos a los de aquel momento histórico.

Ambos sentían nostalgia de un momento en el que la escuela y las familias abrazaban las mismas prioridades culturales.

Ahora bien, esa escuela por la que sentimos nostalgia, tendría enormes dificultades para existir en nuestros días, porque han cambiado los valores sociales que le daban sentido. Las maestras que nos sancionaban con un plantón en el patio, nos mandaban a lavar la boca con agua y jabón, nos obligaban a forrar los cuadernos con papel araña, nos hacían aprender las tablas de memoria, nos decían lo que "se debía" y "lo que no", sentían un gran respaldo para hacerlo.

Esas decisiones que tomaban eran avaladas por nuestros padres y por el mundo adulto en general. Cualquier docente que hiciera esas cosas hoy, merecería la acusación de autoritario, anticuado o antipedagógico.

Esa escuela había ayudado a instalar en toda la sociedad valores como la autoridad, el esfuerzo, el respeto, la disciplina. Nos transmitió un "orden", nos hizo entender que la sociedad "era así" y no "de otro modo", aun cuando en vastos sectores de la comunidad, esos valores eran extraños.

Esas prioridades culturales han cedido espacio a otras como la libertad, la creatividad, la innovación, la flexibilidad, que aparecen como centrales en nuestra escala de valores. No parece tan importante que los chicos sean disciplinados, esforzados, trabajadores, cuidadosos de las formas; preferimos que sean libres.

Jacques Attali en una entrevista en diario La Nación del 2 de diciembre de 2004 decía: "El valor dominante de las sociedades actuales es la libertad... ¿Qué significa en nuestras sociedades la libertad? La libertad es tener el derecho de cambiar de vida. Y quien dice ?derecho a cambiar la vida' dice 'reversibilidad', es decir, 'precariedad'.

Muy poca gente se da cuenta de que el otro nombre de la libertad es precariedad. Cuando decimos que nuestras sociedades producen empresas precarias, trabajo precario, parejas precarias, objetos precarios, sin saberlo nos estamos refiriendo a un aspecto estructurante del valor dominante en nuestro modo de vida: la libertad implica precariedad".

Attali nos plantea el escenario de una sociedad en la que todos queremos ser libres, vivir como "queremos" y no como "debemos". El problema de esa sociedad es que llevada a un extremo nos hace difícil vivir juntos, nos quedamos sin acuerdos, formas, pautas comunes porque cada uno construye las propias.

Una sociedad así, hace muy dificultoso imaginar el futuro y los hombres necesitamos tener alguna previsión sobre nuestro futuro. Si cada uno puede replantear el contrato de la familia, el trabajo, las amistades, la escuela, ¿cómo podemos planificar juntos el futuro?

"La mayoría de los sociólogos explican que esto que llaman ?lo social' no forma más la sociedad, es decir, no es más un conjunto organizado y coherente, un mecanismo regulando el conjunto de nuestros movimientos, un dios escondido que sería la sociedad misma", dice Francois Dubet en su libro Le travail des sociétés (Éditions du Seiul, París. 2009). El sociólogo francés nos recuerda que ese "orden" que llamamos sociedad, es una construcción generada por el Estado y la escuela. Si no nos lo han transmitido, si no lo llevamos adentro, no existe.

Necesitamos construir una escuela contracultural, que transmita los valores en los que queremos formar a chicos y jóvenes. No se trata de que sea "moderna" sino que sea profunda, constructora de una sociedad más interesante de ser vivida. No está mal que la escuela se modernice. El riesgo es que crea que eso lo hace acompañando al mercado, a lo que "se usa", a lo que está de moda. La educación no puede perder de vista la sociedad para la que quiere formar a los niños y jóvenes.

Ahora, ¿puede la escuela confrontar contra los valores de nuestra sociedad? No puede sola. Necesita recuperar el apoyo que alguna vez tuvo. Para eso, debe legitimarse, volverse "pública", es decir, ponerse por encima de las discusiones políticas, sindicales, ideológicas. Tiene que volver a ser de todos en sus contenidos y en sus prácticas, más allá de quien la gestione.

Una vez que la escuela pública sea pública, podrá liderar un proceso de transmisión de modelos más cercano a lo que queremos que a lo que podemos.

Puede parecer una utopía pero en los últimos años se ha hecho creciente el malestar por los valores que ordenan nuestra sociedad y nuestra escuela. Ese malestar que se percibe puede ser el motor del cambio, aquello que nos lleve a revisar el pacto que ordena el modo de vivir juntos que, sin duda, no es volver al pasado.

La escuela que necesitamos no es la que tuvimos ni la que tenemos, pero tiene elementos de ambas. Se trata de buscar equilibrios entre placer y esfuerzo, orden y creatividad, respeto y cercanía, disciplina y justicia. Fundamentalmente, se trata de recuperar el control de nuestro futuro, la capacidad de decidir como sociedades bajo qué valores queremos vivir y bajo cuáles queremos educar a las jóvenes generaciones.

Escrito por: Gustavo Fabían Iaies - Educador. Director del CEPP
Fotografía: Diario Los Andes
Fuente: Diario Los Andes


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